sábado, 28 de noviembre de 2009

Infinitum





Infinitum

Por Nacho Fernández Lasheras
Ilustración: Alicia de Andrés


“No está muerto lo que puede dormir eternamente, y con extraños eones, incluso la muerte puede morir.”
Barret se acercó hasta la escotilla delantera. Durante 17 horas el módulo había flotado en la inmensidad de lo inexplorado. Ahora veía un
cielo salpicado de estrellas que abrían ridículamente el camino hacia una parte desconocida del universo donde el ser humano creía que podría encontrar la paz.
La USS T-Cargo había tocado los límites de la galaxia del Sextante y llegado más allá de Coma Berenices. Barret se encontraba solo ante un nuevo infinito que se tornaba en una forma extraña, tan cruel como esperanzadora. Como tantos eones atrás, al igual que cientos de viejos descubridores antes que él, buscaba el milagro de una tierra prometida, un planeta que albergara el aliento de un futuro mejor.
El panel de control comenzó a parpadear nerviosamente. Barret corrió hasta la cabina de control y replegó la protección solar. Frente a él, congeladas en una brillante penumbra azul, tres lunas vigilantes que construían un triángulo perfecto. A lo lejos, rodeado de un inquietante fulgor rosáceo, NGC 5876. “El planeta vivo”, un mote con el que los astrónomos vendían la ilusión y maravillas del misterioso orbe.
Los pulsores de la pequeña nave centelleaban en la cerrada bruma del satélite. Barret se sujetaba a la silla mientras rezaba por no estrellarse. Tras una enorme sacudida, consiguió aterrizar.
Una hora más tarde, enfundado en un ceñido y risible traje, pisaba la espesa capa de su superficie. Subió por las empinadas rampas que en todas partes hacían de escalera hasta llegar a lo que parecía la planicie central del planeta. Desde ahí, se abrió paso cansadamente hacia una zona más baja, donde una niebla nauseabunda y densa como el sulfuro la inundaba. Fue entonces, al levantar la vista, cuando apareció ante él un monstruoso relieve.
No cabía ahora ninguna piadosa duda sobre la naturaleza de ese planeta. Cuando los antepasados de su especie se perdían en mares y océanos hasta entonces imposibles, criaturas inconcebibles con su misma ansia exploradora se consumían entre las purpuras y grotescas estepas de este lugar. Hundidos en un amenazador hielo de estructuras ciclópeas, los esqueletos de decenas de naves. Húmedas, enmohecidas…desgarradas.
Barret corrió hacia la nave. Se movía torpemente en zigzag sacando fuerzas entre lágrimas y desesperación por levantarse cada vez que tropezaba.
Una vez en la cabina de la nave, Barret cogió frenéticamente los mandos y activó el plan de vuelo para despegar. Al salir del planeta veía como el horizonte blanco que daba paso al encarnado granate se convulsionaba para adoptar una silueta extraña. Del perfecto círculo rosáceo crecía la imagen borrosa de picos violetas que florecían, dejando ver una deforme visión que observaba el infinito con ojos crueles.
Durante un decisivo segundo Barret se quedó embobado ante la belleza del terror cósmico que dejaba atrás. Una visión fugaz acercaba pausadamente los tentáculos hacia el diminuto objeto que se movía pesadamente por el espacio.
15 segundos después Barret se encontraba bajo la misma escotilla desde la que antes le consolaba esperar lo desconocido. En aquellos momentos, no esperaba nada, sólo cerró los ojos…mientras, sus gritos sordos se limitaban a anticipar lo inevitable.

Publicado en Noviembre 24th del 2009, en El Submarinauta

2 comentarios:

Reverendo Gore dijo...

¡Pero cuantas actualizaciones derepente!
Magnífico dibujo ese de Infinitum, ¿conoces a la borde que lo ha hecho? Mua!

Ali dijo...

Una que se pone a trabajar!! =P
Ufff esa pava es una indeseable... cualquierdía la veo por la calle y la escupo. Pero el que lo ha escrito..., qué bombón! tenías que ver a ese chaval!!!